domingo, 15 de julio de 2012

NOS QUEDAMOS CON EL CARBÓN, PORQUÉ DEL FÚTBOL SE OLVIDARON LOS REYES

NOS QUEDAMOS CON EL CARBÓN, PORQUÉ DEL FÚTBOL SE OLVIDARON LOS REYES
Sábado 7 de enero del 2012
Dicen que el fútbol es un juego de niños (en el sentido de edad abarcando ambos sexos; no me refiero en términos machistas) y son éstos los que al fin y al cabo disfrutan como enanos de las navidades y sus puntualizados días que les recompensan su buen hacer a lo largo del año. Pues bien, pasadas estas fiestas, justo el día después de recibir todos los regalos con los que nuestras queridas Majestades de Oriente nos habían obsequiado, volvimos a la rutina futbolística (teníamos un partido contra el Llerona)…aunque parece que se nos olvidó hacer mención especial sobre el fútbol en nuestra carta.

Había mucha felicidad en el vestuario. Sobretodo nuestros bien nutridos estómagos se mostraban sonrientes por lo bien que los habíamos cuidado en estos días de vacaciones. Aunque también hay que decir que eran molestos a la hora de hacer grandes esfuerzos. Los turrones y las borracheras navideñas evidenciaban nuestro gran estado de ánimos; y nuestro estado de forma…no tan bueno.
A los ocho minutos de juego ejemplificamos nuestros sentimientos internos de felicidad en un gran gol de cabeza. El “potrillo de Orce” volvió a dedicarme otro golazo. ¡Es uno de los grandes, este tío! Aun así, nuestro gran empacho invernal abrió los ojos a quien pensaba que nos íbamos a pasear ante este rival tan inferior. Y sólo llegamos con ventaja hasta los veinte minutos de juego. En ese momento un desafortunado autogol hizo justicia en el marcador tras la debacle futbolística que estábamos mostrando sobre el césped. De la primera parte hay poco más que comentar: caras largas al descanso y una merecida bronca.
En cuanto a lo que a mi me confiere, tuve un curioso episodio con el colegiado, que por poco me cuesta la expulsión. Tras una jugada en la que, claramente llegué tarde a pesar de no tocar ni balón ni jugador (fue una segada a la nada), el árbitro me amonestó verbalmente con las siguientes palabras: “¡Veinte, veinte (refiriéndose al número de mi camiseta)! A la próxima te expulso”. En ese momento de calentura me dio por contestarle: “pero si no le he tocado; he dado una patada al aire”. La cara del energúmeno que tuvimos por árbitro ese día me hizo ver que era mejor que me callara, aun teniendo razón, si no quería dejar a mi equipo con uno menos. Casualidad o destino, en la jugada siguiente me vi obligado a cortar una contra con una patada a destiempo, merecedora de una tarjeta naranja si las hubiese. Nada más darle tenía claro que me iba a la calle: teniendo tan reciente el altercado anterior no quedaba más que esperar una roja directa. Pero no, el árbitro me enseñó la amarilla, y yo que lo agradecí. Al fin y al cabo este fue uno de los motivos por los que tuve que ver la segunda parte desde la banda, aunque no fue el único.
El segundo tiempo fue más plácido. Pudimos demostrar nuestra gran superioridad, aunque sólo a cuentagotas, y así pudimos marcar tres tantos más.
Con una expulsión a poco tiempo para el final y un colegiado que incitaba a la violencia, el partido acabó siendo demasiado brusco; tanto que tuvo que sacar a relucir su repertorio de amonestaciones.
Cuando uno habla de los árbitros con un resultado desfavorable o tras haber tenido algún altercado personal, se le suele tildar de oportunista, pero nada más lejos de la realidad, mi intención es de protesta por una injusticia que deberíamos erradicar. Y aludiendo a ciertos comentarios que sentiréis familiares, ¿por qué este tipo de arbitrajes? ¿Por qué la chulería y prepotencias de los jueces del juego que, al fin y al cabo, tampoco no saben tanto, o por lo menos no lo demuestran, como presumen? ¿Por qué esta división tan fuerte entre colegiados y los demás, en la que ante la voz alzado de unos se les castiga, mientras que los otros (árbitros) tienen toda la potestad posible de tratar con desprecio a quienes quieran? Afortunadamente no se debe ni se puede generalizar, siempre hay árbitros que, más allá del acierto o el fallo, facilitan la convivencia en el campo, pero también por desgracia hay muchos ejemplos de esos que infunden más soberbia y prepotencia que justicia.
Y teniendo en cuenta cuánto nos costó resolver este partido que no parecía más que un mero trámite, un puro entrenamiento, y las malas actitudes del señor colegiado (algunas de las cuales ya he mencionado de pasada), queda reflejado evidentemente que NOS QUEDAMOS CON EL CARBÓN, PORQUÉ DEL FÚTBOL SE OLVIDARON LOS REYES.

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