domingo, 15 de julio de 2012


¡ORGULLO, PASIÓN Y AMOR: NO PUDIMOS GANAR, PERO SÍ QUE DEMOSTRAMOS DE QUE PASTA ESTAMOS HECHOS!

Año tras año sueñas y resueñas con jugar este partido, es el partido del año, el partido del siglo, y siempre lo esperas con ansias por demostrar que tu equipo es el mejor. Recuerdo miles de partidos contra el Martorelles, miles de alegrías, miles de tristezas. Recuerdo días en los que me he querido meter bajo tierra y días en los que mi nombre ha resaltado incluso por encima del resultado del partido.

Recuerdo que contra nuestro máximo rival diferentes entrenadores me han redescubierto colocándome en nuevas posiciones para mí o en lugares que llevaba mucho tiempo sin ocupar. Recuerdo que en su campo jugué por primera vez de central, en un partido que podría haber pasado a la historia por el número de goles que recibimos (a partir de ahí estuve dos temporadas siendo asiduo en el eje de la defensa). Recuerdo que en mi segundo año, en nuestro campo, jugué por primera vez de delantero centro con un equipo de mi categoría (siempre que había jugado con los grandes lo había hecho en la punta de ataque) y marqué mi primer y único gol al Martorelles en toda mi carrera deportiva. Recuerdo también que en categoría cadete estrené la posición de media punta en el fútbol-11 en un amistoso contra nuestros vecinos (en mi segundo año como benjamín ya había jugado mucho en esa posición), y que fue un gran acierto del entrenador, el actual entrenador del Barberà, a pesar de que no pude jugar mucho en esa posición por los diferentes problemas físicos que tuve y que me impidieron tener la suficiente continuidad para hacerme con el puesto para mí; al final con este entrenador acabé jugando de delantero centro. A mediados de temporada tuvimos un cambio de entrenador, y también cambié la posición; empecé a jugar de extremo, pero en un amistoso a final de temporada contra el Martorelles, el míster primero me retrasó la posición hasta el lateral (lugar que ya había frecuentado en mi época de alevín e infantil) y, en la segunda parte, me situó de medio centro defensivo, por primera vez desde que debuté en el fútbol grande; mi respuesta a esta última posición fue la de dar las dos asistencias de gol del partido. Al año siguiente fue contra el Martorelles, en un amistoso de final de temporada, contra el equipo que volví a jugar después de enfrentarme a la lesión más grave que he sufrido en todos estos años de futbolista. Sólo jugué 15 minutos, y perdimos por muchos goles de diferencia, pero yo sin duda fui ese día la persona más feliz del mundo tras haber podido jugar unos minutillos a fútbol, tras más de un mes parado, y además contra el Martorelles. El año siguiente, con mi primo de entrenador, solo pude disputar unos minutillos, y me lo tuve bien merecido: me cambió a los 20 minutos de entrar tras ver la primera amarilla muy rápidamente y haber hecho 3 o 4 faltas bruscas que me podrían haber supuesto la expulsión. En la segunda vuelta, con el tercer entrenador de la temporada y el que aun sigue con nosotros, volví a ser un defensa férreo, pero esta vez con cabeza: me enseñaron una amarilla y evité cualquier posibilidad de la segunda. La temporada pasada prefiero no recordar como fue el partido de ida en el campo del Martorelles, perdimos 1-0 por un penalti más que dudoso y no disputé ningún minuto. En nuestro campo, en la vuelta, ya jugué bastante más, haciendo un gran partido y arañando un puntito en el tiempo de descuento tras ir perdiendo por 2 goles de diferencia. También jugamos un amistoso ese año en el que sin duda me salí, me comí con patatas a mi marcador y, a pesar de que el resultado no nos fue del todo favorable, yo salí contento por mi actuación, por la actuación del equipo que nos hacia prever un futuro increíble y porqué esa misma tarde visité por primera vez el campo de fútbol del Badalona para ver la promoción de ascenso a segunda división A (por desgracia ganó el Mirandés). Ese mismo día también acabé por descubrir todo lo poco presentable (por no llamarle de ninguna otra manera más grosera) que es el entrenador del Martorelles, ya que en la segunda parte, después de haberme duchado, en el banquillo estuve a punto de tener una “bonita” discusión con ese individuo: mi entrenador ya le dijo cuatro cosas. Los dos siguientes partidos en los que nos hemos enfrentado a este proyecto de homo sapiens (está claro que su evolución mental se quedó por el camino) nos ha demostrado con creces de qué pasta está hecho; un auténtico idiota. Mi penúltimo derbi ya os conté como lo viví, y este último os lo voy a explicar ahora mismo.

El alma sangraba. Ya sabéis lo que dicen de las fieras, “cuánto más heridas más peligrosas”. Así estábamos nosotros. El ambiente no fue el de siempre, se escuchaban las tripas de esos silenciosos vestuarios a varios días para disputar el encuentro. Todo fue al dedillo, todo al milímetro. Táctica, táctica y más táctica. Toque, toque y más toque. Era lo nuestro. No nos harían daño teniendo nosotros el balón…el aire podría llegar a nuestros pulmones con tranquilidad si jugábamos la pelota, si la tocábamos y la seguíamos tocando como realmente sabíamos hacer. Estaba claro que pesaba mucho la derrota de la ida. Esos ocho goles se los queríamos devolver con patatas. Y es evidente que la fortuna no estuvo de nuestra parte, porqué realmente considero que fuimos mejores en gran parte del partido.

El estilo de juego de esta gente nos lo conocíamos como si fuera nuestro. Sabíamos que a pesar de enfrentarnos a buenos jugadores, tenían el hándicap de un entrenador rival que desaprovecha más que ayuda al equipo.

Pronto se nos torció la cosa, un gol tan tempranero nunca es bueno, pero incluso me atrevo a decir que tampoco es excesivamente bueno para el que lo marca. Unos instantes de relajación rival mezclados con todo lo que nos pesaba el video motivador, realizado por Vareita (el portero), que habíamos visto todos juntos apenas 18 horas atrás, ayudó al de siempre a igualar el marcador.

Desgraciadamente un penalti en contra momentos antes del descanso y un desafortunado gol que recibimos al poco de volver de los vestuarios, tras varios rebotes dentro del área, nos mataron el encuentro.
Pero sin duda alguna, no puedo más que quedarme con la parte positiva de todo esto, que existe. No hubo una sola alma verdiblanca que no se dejara en el campo hasta el último aliento. El derroche que mostramos nos hizo campeones, nos hizo ser envidiados por algunos, muy a pesar de haber perdido. El esfuerzo, a veces, gusta más que el acierto. Yo sólo me quedo con las ganas que pusimos ese día. Otra vez será, pero pudimos salir contentos por haber dejado en el campo todo, todo y todo lo que había dentro de nosotros. ¡ORGULLO, PASIÓN Y AMOR: NO PUDIMOS GANAR, PERO SÍ QUE DEMOSTRAMOS DE QUE PASTA ESTAMOS HECHOS!

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